El Arcane sin nombre y su relación con la muerte
El Arcane sin nombre, el número trece del Tarot, conocido en la cultura popular, era uno de los más temidos en la corte italiana, en donde el tarot era utilizado tanto para prácticas adivinatorias como, posteriormente, lúdicas como en el juego Trionfi ("triunfos"), Poker y barajas españolas.
Desde una mirada esotérica occidental se dice que el inicio del tarot se da en el Antiguo Egipto (Kemet), pero los datos historiográficos de origen europeo mencionan al Tarot Visconti-Sforza, de alrededor 1451, como el primer mazo que existió, mandado a hacer por duques del Norte de Italia. Este tarot con la conquista de los franceses en 1499 deviene luego en el Tarot de Marsella cuya distribución se divide en dos grupos: Arcanes Mayores y Arcanes Menores. Sin embargo, lo que no recuerda la mayoría de la historiografía existente es cómo la organización de dichas barajas se basaba en el orden calendárico del Antiguo Egipto, con 3 estaciones de 4 meses cada una, y cada mes compuesto por 3 semanas de 10 días cada una.
El tarot tiene 78 cartas en total y está organizado en 4 palos: bastos, copas, espadas y oros (que se traduce en los 4 meses de cada estación y los elementos de la naturaleza que las conforman: fuego, agua, aire y tierra). Tiene 10 Arcanes Menores (los 10 días de cada semana, que son los decanos o bakiu egipcios, grupo de constelaciones "las 36 estrellas visibles" que cada diez días variaba en el horizonte oriental antes del amanecer) y 4 cartas cortesanas de cada uno (que representan el amanecer, el mediodía, el ocaso y la media noche), con 3 Septenios correspondientes a 3 ciclos (en relación a las 3 semanas de cada mes y tres estaciones del calendario) compuestos de 7 cartas que aluden a los 7 planetas visibles de la antigüedad (el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). El mazo se completa con les Arcanes Mayores que son 22 si añadimos al 0, "Le loque", el Joker.
Esta organización es una réplica kemética medieval sobre la cosecha, los ciclos astronómicos y los netjers (conocidos hoy como los dioses egipcios que tienen correspondencia con los planetas desde su relación con el sol) y sus misterios, a quienes se les concedían los días epagómenos (los 5 días agregados al final del primer calendario solar registrado de 360 días) para la celebración de festividades. Ninguna de estas características se suelen explicar en los estudios del tarot, porque la visión eurocéntrica tiende a ser la dominante, hasta al punto de referenciar a Egipto sólo desde un lugar místico y no desde la propia evidencia histórica, y sin dar crédito a la civilización que dejó el legado que luego los griegos trasladaron a Europa.
No es de extrañar que debido a la negación histórica de la importancia del Egipto Negro como transmisor de conocimiento (en ciencias, matemáticas, astronomía, cosmovisiones, entre otros) hoy se siga promulgando la idea de que el tarot es europeo. Al llegar este conocimiento a Europa, a través de los griegos, se fue perdiendo su fuente original, y apropiado por la aristocracia europea y la iglesia, que se representaron a sí mismas en el tarot, por ejemplo, en le arcane le pape o hierofante, en le sume sacerdotise, le loque (bufón), le diablo, la muerte, y más. Luego, con el Tarot de Marsella, se divide entre Arcanes menores y mayores, y en cada palo de estos se agregan las cartas de la corte, la sota, el caballero, la reina y el rey. Pero para los egipcios, las figuras de la corte eran imposibles de imaginar (por esto termina siendo una emulación europea criticable), ya que los dioses egipcios o netjers eran parte de lo que encarnaban los faraones, y no es lo mismo eso, a una corte europea, no es lo mismo un faraón a un rey. La forma eurocéntrica en la cual se creó el tarot fue mediante la producción de un libro pictórico de los misterios egipcios encontrados en tablas egipcias y en las recámaras de algunas tumbas. Las láminas egipcias en un principio eran talladas en oro o cobre, como la Tabla isiaca, que actualmente se encuentra en el Museo Egipcio de Turín, y una vez más es el ejemplo material de la fuente principal del tarot y su origen, que además era de conocimiento público para acercarnos al misterio de la comprensión del cosmos y su interrelación con la vida terrestre donde todo estaba interrelacionado, las estrellas, los planetas, las pirámides, la organización del pueblo, las festividades, la muerte, hasta los animales representados en las figuras zoomorfas de los netjers.
Entonces ¿por qué el Arcane sin Nombre? Justamente porque era imposible concebir desde la cristiandad un concepto de la muerte desde el más allá, o vida después de la muerte y mucho menos que a un rey le saliera une arcane de "mal augurio" como presagio de su muerte o posible caída del reino.
La vida eterna para los keméticos era la memoria contínua y cíclica de la vida y la muerte. En este sentido un netjer, regente de la vida de un faraón egipcio, era la conexión directa de este con el cosmos y quien lo acompañaba y daba autoridad espiritual para guiar en conjunto al pueblo. El netjer era la comunión entre el cosmos y la existencia, así como lo relata el llamado Libro de los muertos que es una mala traducción para el “Libro de la salida al día” o “Libro de la emergencia a la luz”, papiro en donde se registra desde cómo embalsamar un muerto, hasta su preservación y guía posterior desde el más allá. No es casual que la ceremonia se centrase en preservar el akhu (cuerpo de luz) al punto de escribir cartas a les ancestres del muerto, porque en cada cuerpo estaban también sus antepasades, quienes al leer éstas en las tumbas, se comunicaban o respondían a los vivos visitandoles por medio de los sueños. La vida eterna se lograba en la unión de los diversos cuerpes de les ancestres, y recordándoles continuamente.
Me permito citar a Maryse Condé y a la tradición narrativa antillana, en su novela histórica Yo, Tituba, la bruja negra de Salem:
"Desde aquel día Man Yaya me inició en un conocimiento superior. Los muertos sólo mueren si mueren en nuestros corazones; viven si los mimamos, si honramos su memoria, si colocamos sobre sus tumbas los manjares que preferían en vida, si a intervalos regulares nos recogemos para integrarnos en su recuerdo. Están aquí, a nuestro alrededor, en todas partes, ávidos de atención, ávidos de afecto; basta algunas palabras para aglutinarlos, apretando sus cuerpos invisibles contra los nuestros, impacientes por sernos útiles" (1988, pág. 19).
En la ciencia espiritual kemética, el Ka es donde se imprimen las experiencias de nuestro ADN y a través del cual éstas se transmiten a las generaciones futurasㄧ lo que hoy se conoce como epigenéticaㄧ, y por ello sobrevive nuestra historia, lo que constituye la vida eterna. Durante 72 días al año no era posible ver la constelación de Orión desde Kemet y esos eran la cantidad de días que se tardaba en embalsamar a un difunte, donde el Ba (alma) pasaba por la Duat, el mundo de Ausar (Osiris) o de les muertes, y la constelación de Orión, que representa lo que no está a la luz del día. Es decir, tanto el día y la noche tenían una relación con la muerte y la vida, y todes podían moverse entre los dos mundos, formando además parte de las estrellas.
El culto a les ancestres es una práctica que nos permite tener una relación directa con la muerte. Así como se dió esta relación con les ancestres en el Norte de África en los pueblos Kushita y Kemita (alto y bajo Egipto) en África Occidental, también se dió con el pueblo Yoruba. Desde esta tradición, el Ori que es la cabeza espiritual de una persona y quien acompaña su destino, corresponde a un Orixá, directamente conectado con una manifestación de la naturaleza como, por ejemplo, Oyá con los vientos y Oshun con el río, llevando todo esto a una práctica encarnada que muchas veces solo se da desde la tradición oral, el tambor, danzas y diversas atenciones ritualísticas. Para esta creencia, la relación con los Eggun (antepasados) es también fundamental, ya que estos habitan los dos planos y que pueden mediar por nosotres, por algo se dice ikú lobi ocha, el muerto hace al santo. Son múltiples las manifestaciones del legado de las religiones de matriz africana en América Latina y el Caribe. Por mencionar solo algunas: Ifá, la Regla Ochá, Palo Monte Mayombe, Vudú, Las 21 Divisiones del Vudú Dominico-Haitiano, Candomblé, Batuque, Umbanda. En todas ellas, la muerte no está vista como una tragedia, sino como una relación comunitaria celebratoria. En esta interrelación no somos simples individues contemplando únicamente nuestra materialidad separades del fumbi (espíritu), sino que formamos parte de un entramado espiritual que nos mantiene unides a la memoria y energía de quienes nos precedieron.
Actualmente, para las personas de la diáspora africana, preservar dichas ciencias espirituales es un ancla que nos conecta directamente con nuestros orígenes, brindándonos protección y fortaleza a sabiendas de que nuestra historia inicia mucho antes que la colonización. La relación que establecemos con nuestros altares son los oráculos que habitamos, origen y guía también desde las estrellas, como Orión que aún hoy contemplamos en el cielo a una distancia de 250 años luz, y que nos ve en dirección contraria a su "destino", hacia atrás, en relación a su pasado.
Bibliografía sugerida
Champdor, Albert. El libro egipcio de los muertos. 2000. Madrid: EDAF.
Diop, Cheikh Anta. Naciones negras y cultura. 2012. Barcelona: BELLATERRA.
Garcia, Jesus. Caribeñidad: Afroespiritualidad y Afroepistemología. 2006. Caracas : Ministerio de la Cultura, Fundación Editorial el Perro y la Rana.
James, George M. Legado robado: La filosofía griega es filosofía egipcia robada. 2001. Falu Foundation.
Luján, Jorge. Tarot. El arte de tirar las cartas. 2008. Instituto de desarrollo humano AMEX. Lima. Perú.